ADN La Revolución del Genoma
Fecha sábado, 14 de enero a las 01:59:47
Tema Informes


El ADN (ácido desoxirribonucleico) se halla en el núcleo de cada una de las células de nuestro cuerpo. En el interior de dicho núcleo, el ADN forma 46 filamentos cromosómicos diferenciados (o cromosomas), que suelen aparecer en forma de 23 pares. Cada cromosoma se halla compuesto de múltiples genes, cada uno de los cuáles, a su vez, es responsable de una función o bien de una característica biológica específica. Para transmitir sus mensajes o instrucciones a las células, el ADN emplea ARN (ácido ribonucleico), el cual actúa como un “teléfono”. Además, el ADN genera una corriente eléctrica y, como resultado, funciona como un pequeño motor. Del mismo modo en que una corriente eléctrica que pasa por un circuito cerrado crea su propio campo magnético, la espiral del ADN, que vuelve a enrollarse sobre sí misma, es sensible a influencias magnéticas.
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Otra característica interesante que posee el ADN es que emite luz en forma de biofotones. Esta luz, aunque extremadamente tenue (su luminosidad equivale a la de una vela vista desde una distancia de diez kilómetros), es sumamente constante y regular, en el sentido de que funciona en fases, al igual que los láseres. De este modo, el ADN constituye una especie de láser en miniatura. De hecho, existe un posible vínculo entre la conciencia y la emisión de fotones que realiza el ADN. La espléndida luz que irradian las personas altamente evolucionadas y los santos podría ser, en otras palabras, meramente debida a la activación de su ADN: ¡realmente, un concepto muy fascinante!. El mejor modo de visualizar la estructura básica de nuestro ADN es imaginando en primer lugar una escalera de mano muy larga con cientos de miles de peldaños. Esta escalera se “retuerce” hasta que sus peldaños forman una doble espiral, conocida también como doble hélice. Esta doble hélice se “retuerce” a su vez y se asemeja a un cordón telefónico enredado.

Los lados de la escalera son cadenas de moléculas de azúcar y fosfato simples, y los peldaños están formados por cuatro ácidos nucleicos:

  • Adenina (A)
  • Timina (T)
  • Citosina (C)
  • Guanina (G)
Para definir el ADN empleamos cuatro letras — A, T, C, y G — o, en otras palabras, la inicial de cada uno de los ácidos nucleicos.

Los cuatro ácidos nucleicos forman parejas y se hallan organizados en un orden establecido:

La Adenina (A) va siempre emparejada con la Timina (T), y juntas constituyen tanto el par AT como el TA.

La Citosina (C) va siempre emparejada con la Guanina (G) para constituir el par CG o GC.

Las parejas de ácidos nucleicos (AT o TA y CG o GC) se agrupan entonces de tres en tres para formar una unidad codificadora denominada codón. La cadena “AT GC TA”, por ejemplo, constituye un codón. Dado que las parejas de ácido nucleico se reúnen siempre en grupos de tres, existen 64 combinaciones distintas posibles. Los propios codones forman un “código” o, más concretamente, un gen. Un gen puede estar hecho únicamente de unos pocos codones o de varias decenas de miles. A su vez, los genes se agrupan para constituir un cromosoma. Un cromosoma puede contener tan sólo unos pocos o varios miles de genes. Finalmente, la totalidad de todos los genes presentes en un organismo, o el código genético completo que envía todas las instrucciones deseadas para crear y conservar toda posible vida, recibe el nombre de genoma.

El ADN contiene nuestras improntas ancestrales y raciales, incluyendo códigos que determinan el color de la piel, el pelo y los ojos, el grupo sanguíneo, la estatura y todos los demás rasgos humanos imaginables. Crea huellas dactilares distintas para cada persona y es responsable de nuestra fuerza y capacidades naturales, así como de nuestras enfermedades hereditarias y malformaciones congénitas.

Para percatarse del pleno potencial del ADN todo cuanto tienen que hacer es compararlo con nuestros superpotentes ordenadores, los cuáles funcionan según un sistema binario, alternándose entre sólo dos números (o “letras”): 0 y 1. Nuestro ADN es más potente aún que estos ordenadores, puesto que funciona sobre una base cuaternaria (las cuatro letras A, T, G y C). En otras palabras, recogido en el interior del material genético de cada una de nuestras células, constituye una base de datos de extraordinarias —casi inimaginables— proporciones.

El 12 de febrero de 2001 la comunidad científica internacional publicó el mapa del genoma humano y anunció que nuestro código genético contenía entre 30.000 y 40.000 genes. Sin embargo, estos datos científicos se hallaban —y aún se hallan— bajo evaluación y podrían cambiar antes de que se facilite un retrato más “definitivo” de nuestro código genético. De hecho, ya en julio del mismo año se anunció que se había producido un malentendido y que ahora podíamos contabilizar entre 50.000 y 100.000 genes en el código genético humano. Esta incertidumbre podría explicarse por la enormidad del cometido al que nos enfrentamos. Definir con precisión el genoma humano podría compararse con trazar un mapa topográfico que cubriese todo el territorio comprendido entre Nueva York y Los Ángeles, incluyendo todos y cada uno de los pequeños arroyos. Frente a tan colosal tarea, la comunidad científica decidió proceder ofreciendo una perspectiva menos detallada. Más que trazar un mapa con tanto detalle, los investigadores se propusieron producir algo más equivalente a una fotografía de satélite.

La “revolución del genoma” ofrece enormes esperanzas a las víctimas de enfermedades genéticas y, si bien la cartografía del genoma está lejos de ser completa, ofrece información valiosísima a muchos niveles. Ahora sabemos que un cromosoma puede contener más de 5.000 genes y que un solo gen puede contener docenas o incluso cientos de miles de codones. Por ejemplo, un equipo de especialistas del Hospital de Toronto descubrió un gen cuya composición química, expresada como A, T, G y C (ácidos nucleicos), es tan larga que, de imprimirse, tendría la longitud del pasillo del hospital. La extensa dimensión de este gen, sin embargo, no pilló por sorpresa a los investigadores: en su opinión, el contenido programático para el cerebro tiene tal longitud que podría comprender cientos de miles de codones, o incluso más.

Fuente:www.amaneser.com
Agradecer a YOSOY por su aportación






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